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Sancionar al alumnado que silencie el acoso ¿es la mejor solución?

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A comienzos de enero conocíamos que «en la Comunidad de Madrid se considerará una  falta grave que un alumno sea conocedor de una situación de acoso escolar y no lo comunique al centro, siempre y cuando esto no entrañe riesgo para sí mismo o para terceros. Esta es una de las principales novedades que recoge el proyecto de decreto por el que se regula la convivencia en los colegios e institutos —públicos, concertados y privados—, que previsiblemente será aprobado el primer trimestre de este año y de obligado cumplimiento el próximo curso. Madrid se convertirá entonces en la única comunidad autónoma en la que se contemple la penalización del alumno o la alumna que no informe sobre casos de bullying» (El País).

timothy-eberly-515801-unsplashCon motivo de la conmemoración hoy, 30 de enero, del Día Escolar de la No Violencia y la Paz, nos gustaría reflexionar en torno a la conveniencia y eficacia de estas medidas, aportando algunas ideas que consideramos importantes:

Un buen punto de partida sería dejar de analizar el problema del acoso escolar únicamente bajo una visión de la dupla acosador/a-víctima, sin tener en cuenta todos los contextos significativos que rodean el mismo: el escolar, el familiar, y el social. El acoso escolar en un problema complejo, y  por tanto su intervención y prevención también debe ser compleja

Para entender este comportamiento violento debemos tener en cuenta tanto las microviolencias presentes en los contextos donde se desarrolla el/la menor (familiar, escolar y social) como las macroviolencias culturales y estructurales que rigen en la sociedad. Los problemas de conducta, tal como puede ser una conducta de acoso, no puede atribuirse únicamente a la persona adolescente, sino que es producto de la interacción de éste con sus contextos significativos. Por tanto, debemos examinar la conducta problemática en el contexto donde se manifiesta, el escolar en este caso, y los contextos que lo favorecen, el familiar y el social, y promover cambios en los mismos de cara a resolver y prevenir la misma.

El clima escolar es el que ejerce un papel protector directo. Conseguir un clima escolar positivo (alta implicación de alumnas y alumnos en el centro, solidaridad y ayuda entre ellos, y soporte al profesorado es fundamental. Todos los colegios e institutos madrileños deberán contar con un Plan de Convivencia en el que se contemplen medidas para la prevención y la actuación ante el acoso. Incluir en dichos planes las actuaciones tendentes a conseguir un clima escolar positivo puede ser de gran ayuda.

Si hablamos de un clima familiar positivo, son precisamente los y las adolescentes que crecen en familias cuyas relaciones se caracterizan por la cohesión, la expresividad de los sentimientos y un bajo grado de conflicto, los que menos conductas agresivas presentan hacia sus compañeros.

Pero no sólo son predictores del acoso escolar un clima familiar, escolar y comunitario negativos. También presentar síntomas depresivos o de estrés, o un status negativo en el aula son factores de riesgo importantes para convertirse en víctima. “El ejercer o padecer la violencia está muy relacionado con la insatisfacción vital. La insatisfacción vital de las víctimas tiene mucha relación con la situación de estrés, depresión y soledad en la que viven. Sin embargo, en los agresores la insatisfacción vital puede ser más una expresión de dificultades en otros contextos, tales como la familia o la escuela”, señalan Jimenez, Estévez, del Moral y Povedano en Violencia y victimización entre iguales: factores de riesgo y de protección en la familia, la escuela y la comunidad”.

La baja autoestima y la soledad de algunos/as adolescentes se traducen en conductas que muestran vulnerabilidad y sumisión, lo que los convierte en un blanco fácil para el abuso y la agresión. Las personas agresoras suelen percibir estos signos para elegir a sus víctimas. Esto explica el por qué muchas víctimas de acoso vuelven a padecerla tras un cambio de centro; y muchas veces ésta es la única salida que se les ofrece a las familias de las mismas. Y aparte de suponer una segunda victimización (soy la víctima y tengo que irme del centro) es ineficaz en la mayoría de las ocasiones. Como decíamos, las víctimas presentan altos niveles de soledad. Uno de los motivos por los que algunas víctimas se convierten en agresores es precisamente para paliar el sentimiento de soledad.

Asimismo, ante una situación de amenaza, el/la adolescente confía en la protección de la persona adulta y de la escuela. Sin embargo, esto no siempre es así, lo que lleva a una decepción y a la búsqueda de una autoprotección frente al acoso, lo que muchas veces se traduce en la búsqueda de una imagen antisocial, rebelde, etc. que les acaba convirtiendo en las personas agresoras, asumiendo la idea de que estas no pueden ser víctimas. Sin llegar a ese extremo, esta nueva imagen sí acaba generando mucho conflicto con sus progenitores, tal como solemos ver en el servicio de Mediación para Familias con Hijos/as adolescentes de UNAF.

La desconfianza hacia la persona adulta y la búsqueda de una reputación que le genere protección, así como paliar la sensación de soledad, son los factores del cambio de rol de víctima a agresor. Porque lo que realmente distingue a una víctima ocasional de una “verdadera” víctima es la falta de apoyo social. Y esta falta de apoyo social está amparada en la ley del silencio todavía imperante en muchos centros: “no te puedes chivar” . Una ley que predomina por encima del acoso ya que ser un chivato es percibido como algo peor que ser un agresor.

Cuando se produce una situación de acoso o agresión, la mayoría de los “testigos” mira para otro lado, “no se mete…”. Esto hace que la posición de líder del acosador o acosadora es vista como “sin oposición” por nadie, y sustentada sólo si hay un “público”. Este público en muchas ocasiones además tiende a utilizar estrategias de agresión indirectas, tales como difundir rumores y calumnias.

Incorporar a las víctimas  pasivas, a los observadores y observadoras, en la solución del problema, tal como refleja el proyecto del decreto de la Comunidad de Madrid ha sido la piedra angular de los programas de erradicación y prevención del acoso escolar más exitosos en Europa, tal como el programa KIVA en Finlandia, el gran referente para la mayoría de los expertos. Las personas observadoras deben tomar conciencia de su rol en esta situación. Conseguir cambiar la conducta de estos es vital, ya que el poder del agresor/a está en su público. Si el grupo no le apoya se queda solo, y entonces el acoso no tiene sentido.

Algunas de las razones por las que ciertos/as adolescentes ejercen la violencia sobre sus iguales, pueden ser conseguir o mantener un determinado status, así como obtener poder y dominio dentro del grupo.

Cómo hacer que las y los observadores cambien su rol es algo muy complejo, tal como hemos visto. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que muchas veces jalean el acoso, o simplemente callan, para evitar ser ellos la víctima. Es por lo que un enfoque simplemente punitivo no es la solución. Debe ser acompañado por un cambio más profundo, facilitado por una intervención en todos los contextos, no solo el escolar, sino en el familiar y a nivel comunitario y social.

Gregorio Gullón Arias

Responsable Servicio Mediación Familiar con Hijas e Hijos Adolescentes de UNAF

 

 

 

 

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Gregorio Gullón

Terapeuta Familiar y de Pareja, y Mediador Familiar, con más de 20 años de experiencia en la atención a Familias.  Responsable del Programa de Atención a Familias Reconstituidas de UNAF desde el año 2015, y del Programa de Mediación para Familias con Hijos/as Adolescentes desde el año 2011, con experiencia como ponente en numerosas jornadas y eventos, autor de guías expertas y colaborador experto con varios medios de comunicación.

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