Cuando escribo estas líneas son más de 20.000 las personas fallecidas por el coranavirus en España. Esto supone un número importante de familias que están sufriendo la pérdida de un ser querido, en la inmensa mayoría de las ocasiones, sin haberse podido despedir de ellos o haberles acompañado en sus últimos momentos.
Esta mañana, a través del servicio de orientación telefónica que hemos puesto en marcha para poder ayudar a las familias en estos duros momentos, hemos hablado con una familia que nos ha hecho pensar en la necesidad de escribir este post. Se trata de un menor que convivió durante días con su abuelo y abuela mientras que su padre y su madre enfermos estaban aislados. Tuvo que vivir, a su corta edad, cómo su abuela, una figura importante para él, enfermaba y fallecía, y su abuelo era ingresado grave. Esta pérdida tan importante la está viviendo aislado de su padre y madre en una habitación, sin poder recibir un abrazo, ya que él mismo está ahora padeciendo la sintomatología de la enfermedad.
Vamos a hablar de cómo la muerte afecta a la familia, y de cómo esta puede ser una fuente de ayuda a los miembros que más sufren. Nos vamos a basar en muchos de los consejos que dan Ana Lillo y Mº Sol del Val, psicólogas del Grupo de Trabajo de Urgencia, Emergencia y Catástrofes del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid.
La muerte de un familiar es de las experiencias más dolorosas y vitalmente estresantes a las que nos tocará hacer frente.
Toda pérdida significativa va a conllevar un proceso de duelo. El duelo se compone de una serie de fases que iremos atravesando en el tiempo y que nos harán ir elaborando la pérdida del ser querido e ir sanando las heridas psicológicas. Un duelo normal y no patológico, en el caso de un fallecimiento, no suele ir más allá de un año o año y medio. Otro caso es que nos encontremos con un duelo congelado o patológico, que suele necesitar de ayuda psicológica.
Durante el proceso de duelo, según pasa el tiempo, el dolor se irá reduciendo en intensidad y frecuencia, pero puede que en ciertas ocasiones (aniversarios, visitar ciertos lugares, recordar momentos, etc.) reaparezca de forma intensa.
En estos meses iremos superando diferentes fases, que pueden ir desde la negación o confusión inicial, la culpa, el enfado, la tristeza, angustia, pensamientos obsesivos, etc., hasta que poco a poco iremos retomando el control de nuestras emociones hasta llegar a la última fase de aceptación de la pérdida. Ello no significará el olvidar a nuestro ser querido, sino que seremos capaces de pensar en él o ella, de recordarle, sin quedar atrapados en la tristeza o angustia. Cambiarán muchas cosas en nuestra vida pero seremos capaces de seguir adelante. Vamos a ver qué sentimientos, sensaciones físicas, pensamientos y conductas son las más habituales en el proceso inicial del duelo, para que podamos identificarlas.
Los sentimientos más habituales serán los de tristeza, enfado, culpa, reproches a uno mismo, ansiedad, soledad, fatiga, anhelo, insensibilidad, etc. Es importante recordar que si hablamos de menores, estos suelen expresar ciertos sentimientos de una forma que puede generar confusión en las personas adultas (Ej: defenderse de la tristeza mostrando enfado e ira).
Los pensamientos más presentes serán de confusión, incredulidad, preocupación, creer ver al fallecido, etc.
Respecto a las conductas, serán frecuentes los trastornos de sueño, alimentarios, aislamiento, soñar con el fallecido, etc.
Todas estas reacciones son esperables en los primeros momentos y será importante poder hablar de ello con nuestros seres queridos, poder llorar, mostrar nuestro dolor y angustia, y hablar de la persona que hemos perdido.
No obstante, el duelo no será igual en todas las personas, y especialmente si hablamos de niños y niñas pequeños/as, donde la irreversibilidad de la muerte no está clara.
Una de las formas que más se aconsejan para comenzar a elaborar el duelo por la pérdida son los rituales de despedida. Es decir, participar en el entierro o rituales funerarios. Uno de los aspectos más dolorosos que hoy en día estamos viviendo es no poder llevar a cabo los mismos (o tener que hacerlos sin la presencia y consuelo de nuestra familia y amistades).
Asimismo, la imposibilidad de no poderse despedir de la persona fallecida dificulta el proceso de duelo y aumenta la sensación de culpa y de irrealidad. En este punto, tenemos que agradecer las iniciativas de muchas/os enfermeras/os y otras/os profesionales sanitarias/os, que en medio de toda la pesadilla que viven desde hace semanas, empatizan con el dolor y hacen posible una despedida a través de videollamadas o medios parecidos. Nunca podremos estar lo suficientemente agradecidas/os.
Acabamos con unos consejos que nos pueden guiar a la hora de ayudar a las personas que están pasando por un duelo. Lo más importante es ESCUCHAR. Sin juzgar, sin hablar, sin decir lo que hay o no hay que hacer (“no llores”, “se fuerte”…). Es más sanador escuchar, abrazar y ofrecer tu hombro para que llore que hablar. Debemos facilitar que puedan hablar del dolor y de la tristeza que tienen, y no solo en los momentos más cercanos al fallecimiento, sino durante mucho tiempo después.
Si por el contrario somos nosotros/as quienes hemos sufrido la pérdida, nos ayudará el poder reconocer la misma, permitiéndonos sentir el dolor, sin negar los sentimientos. Asimismo será importante apoyarnos en nuestros seres queridos, si no es posible físicamente en estos momentos, sí hacerlo mediante teléfono u otros medios. Es útil también crear junto a nuestros seres queridos nuestros propios rituales de despedida que sustituyan temporalmente a los ritos funerarios.
Si tenemos hijos o hijas, debemos explicarles por qué lloramos y estamos tristes. Ellos saben que algo pasa, nunca lo podemos ocultar. Deberemos responderles a todas las preguntas que nos planteen. Asimismo deberemos brindarles afecto y comprensión cuando se muestren tristes pero también cuando expresen rabia o enfado (los/las menores muestran una gran labilidad en el proceso de duelo: son capaces de reír y al momento sentir un gran dolor). Hay que respetar y escuchar sus sentimientos.
Y para finalizar, debemos desterrar la idea de que hablar de la persona fallecida reabre la herida. Solo si lo hacemos podemos ayudar a cerrarla.
Gregorio Gullón, mediador y terapeuta familiar